1. Les refirió entonces una parábola diciendo:
2. "El reino de los cielos es como un peregrino que, habiendo tomado fuego en su regazo y quemado su camisa, y habiendo abierto las compuertas de sus depósitos vio cómo se regaban sus aguas por las calles y las plazas, emprendió el camino de regreso.
3. (Algún cronista que, siglos más tarde, ponga esta parábola por escrito, querrá añadir que el peregrino regresó a lo suyo. Mas yo os digo que lo suyo no existía. El peregrino había ya dilapidado su capital. El cronista, pues, insistirá esta vez aclarando en notas al margen que, en realidad, regresó a los suyos, así, en plural. Pero de cierto, de cierto os digo que los suyos no le recibieron).
4. Levantóse el peregrino y se dijo: "Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí..." Mas, he aquí, que el peregrino no tenía padre ni casa que pudiera rotular "hogar," pero al divisar una comarca que le era familiar hacia allá se dirigió. Sentado a la vera del camino quienes pasaban le susurruban diciendo: "¿Y acaso no dijiste tiempo atrás que te ibas a ir? ¿Cómo es que aún permaneces sentado aquí?"
5. Pues en verdad os digo que el reino de los cielos es como el peregrino que regresa y creyéndose moneda perdida, no hay escoba que quiera barrerla, pues no la está buscando; viéndose oveja errante, no hay pastor que la eche de menos; asumiéndose perla de gran precio, no hay comerciante que repare en ella el día del mercado al cual llegan todos después de haber vendido sus bienes para buscar el bien mayor.
6. Alzando sus ojos, he aquí que a la distancia el peregrino vio una multitud con vestiduras blancas entre los cuales creyó a ver a los suyos. Entendió que mejor le iría indagando por la vida eterna, ya que pan y bienvenida no irían a llegar. El peregrino oyó que se le dijo: "Ni siquiera tienes nada para vender y dar a los pobres. ¿No serás tú, acaso, uno de ellos?" y de la multitud redimida sólo recuerda sus espaldas y su ensordecedor silencio.
7. En la vieja calle donde el eco le cuenta de intimidades que algunas vez fueron suyas, el peregrino oye al poeta exclamar: "Acaso ni Dios mismo nos pueda comprender."
8. Atención, pues, todos al graffiti que el peregrino escribió en la cruz que encontró en lo alto de un cerro: "el reino de los cielos es este grito visceral : "¡Eli! ¡Eli! ¿Lama sabactani?"
2. "El reino de los cielos es como un peregrino que, habiendo tomado fuego en su regazo y quemado su camisa, y habiendo abierto las compuertas de sus depósitos vio cómo se regaban sus aguas por las calles y las plazas, emprendió el camino de regreso.
3. (Algún cronista que, siglos más tarde, ponga esta parábola por escrito, querrá añadir que el peregrino regresó a lo suyo. Mas yo os digo que lo suyo no existía. El peregrino había ya dilapidado su capital. El cronista, pues, insistirá esta vez aclarando en notas al margen que, en realidad, regresó a los suyos, así, en plural. Pero de cierto, de cierto os digo que los suyos no le recibieron).
4. Levantóse el peregrino y se dijo: "Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí..." Mas, he aquí, que el peregrino no tenía padre ni casa que pudiera rotular "hogar," pero al divisar una comarca que le era familiar hacia allá se dirigió. Sentado a la vera del camino quienes pasaban le susurruban diciendo: "¿Y acaso no dijiste tiempo atrás que te ibas a ir? ¿Cómo es que aún permaneces sentado aquí?"
5. Pues en verdad os digo que el reino de los cielos es como el peregrino que regresa y creyéndose moneda perdida, no hay escoba que quiera barrerla, pues no la está buscando; viéndose oveja errante, no hay pastor que la eche de menos; asumiéndose perla de gran precio, no hay comerciante que repare en ella el día del mercado al cual llegan todos después de haber vendido sus bienes para buscar el bien mayor.
6. Alzando sus ojos, he aquí que a la distancia el peregrino vio una multitud con vestiduras blancas entre los cuales creyó a ver a los suyos. Entendió que mejor le iría indagando por la vida eterna, ya que pan y bienvenida no irían a llegar. El peregrino oyó que se le dijo: "Ni siquiera tienes nada para vender y dar a los pobres. ¿No serás tú, acaso, uno de ellos?" y de la multitud redimida sólo recuerda sus espaldas y su ensordecedor silencio.
7. En la vieja calle donde el eco le cuenta de intimidades que algunas vez fueron suyas, el peregrino oye al poeta exclamar: "Acaso ni Dios mismo nos pueda comprender."
8. Atención, pues, todos al graffiti que el peregrino escribió en la cruz que encontró en lo alto de un cerro: "el reino de los cielos es este grito visceral : "¡Eli! ¡Eli! ¿Lama sabactani?"
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