mercredi 30 avril 2014

Buen humor en Dios?

De las posibilidades que Dios tenga buen humor


(Cosas que pienso al leer Anthologie de l'humour noir, de André Breton)



Freud piensa que el humor es la rebeldía del ser contra las vicisitudes que intentan aplastarlo. Es entendible, entonces, que se presente en Jonathan Swift una misioginia aparente y cierto desprecio hacia la humanidad. Antes que darle todo el crédito a la humanidad entera, a la raza humana, Swift resalta el individuo, la persona, los huesos y su médula para el cual sólo tiene amor genuino. Swift es considerado la cumbre más alta del humor en la literatura. ¿Diríamos, entonces, por el ejemplo de Jonathan Swift, que el humor así entreverado con el odio, ilustra aquello de que el humor es en realidad el sujeto rebelándose contra las reglas impuestas?


¿Será por eso que Dios no tiene sentido del humor? El salmo 2 habla de un Dios que se ríe; pero lo que provoca su carcajada es la suerte que correrán sus enemigos. No es que Dios esté a sus anchas, apoltronado con sus amigos y sus amigas celebrando un buen chiste. La risa de Dios es una rebelión. Dios está enzarzado en una batalla contra los poderes de turno que pretenden aplastar al ser, incluído el ser humano. La de Dios no parece ser una risa alegre. Y, al contrario de Jonathan Swift, Dios ama a la humanidad.

Yo tengo problemas con ese amor colectivo. Se dice que el amor de Dios se extiende a una masa no diferenciada. ¿Recuerdan aquello de "Por tanto amó Dios al mundo que..."? La red amorosa que arroja es demasiado ancha, tanto que parece no tener espacio para el individuo. ¿Será que amar a una masa uniforme, o deforme, o informe, da al traste con el amor en tanto drama, en tanto libreto que los individuos encarnan en las arenas movedizas de sus contradicciones cotidianas? El amor universal, le evita al amante embarcarse en tragedias diferenciadas y particulares?


Dios ama a la humanidad, pero a la vez parece señalar a individuos, para bien o para mal:


Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre. Pero, fue en mi corazón como un fuego ardiente y metido en mis huesos; trabajé por sufrirlo, y no pude.” (Jeremías, el profeta)


How come you called me here tonight?
And how come you bother with my heart at all?
You raise me up in grace
Then you put me in a place where I must fall” (Leonard Cohen)

dimanche 20 avril 2014

Y resucitó.

ante todo, la vida




Y resucitó. Y la muerte no pudo con él. Y el sepulcro no pudo contener la enjundia de la vida. Se dice, parodiando sin duda algún viejo mito, que en esa lucha  bajó hasta el mismísimo aposento íntimo de la muerte y le quitó su poder de erigirse como la última palabra. Se dice que de allí subió arrastrando consigo la cautividad para que nunca más se atreviera a condenar la vida de peatones comunes y corrientes, para que no volviera a entorpecer los atardeceres ni a amargar la risa de los niños, para que el miedo cancelara su pretensión de ser el principio rector de la existencia humana, para que la creación toda se lanzara libremente a aquello para lo cual fue creada: la bulla alegre, el escándalo de colores, y de soles, y de lluvias.

dimanche 13 avril 2014

Ese pasado nuestro, se esfuerza tanto por convertirse en porvenir!



"Se vive, en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir"
(Miguel de Unamuno, El sentimiento trágico de la vida)



La descripción que hizo Eduardo Galeano de la utopía, aquella que nos enseña a caminar por su tendencia a alejarse un paso más de la distancia que la separa de nosotros, pone el énfasis en el trasegar cotidiano, en la rutina que constituye la trama de los procesos de cambios y transformaciones. Hay implícita una preocupación ética que se hunde en la cotidianidad cual incómoda espina en su costado. El tiempo presente, el hoy y el ahora, esa médula a la vez concreta e inasible que es la cristalización paradójicamente fluída del tiempo, constituye el único momento y el único lugar en el que se hacen realidad los grandes sueños que nos animan. Pero a la vez, la fugacidad del hoy arregla la mesa en la que se sientan a manteles las contradicciones que nos habitan como individuos y las que amenazan con estropear los planes menos mezquinos.


Una de las razones por las que nos cuesta trabajo echarle mano al presente es nuestra dificultad para poner una historia en perspectiva. Quizá la desconozcamos, o bien puede ser que la lectura que hacemos de nuestro pasado no nos educa para la sorpresa. 

El presente se las ingenia para que la liebre salte donde uno menos lo piensa. 


Hannah Arendt, en el capítulo VI de su ensayo sobre la revolución, examina lo que ella llama "la tradición revolucionaria y su tesoro perdido" para recordarnos que dos grandes revoluciones, la francesa de 1789 y la rusa de 1917, no lograron capitalizar la sorpresa que les depararon los presentes de esos procesos, a saber: una república y unos soviets no dominados por la centralidad de un partido sino animados por la inventiva popular. Arendt explica que tales liebres del presente dan al traste con las construcciones de nuevos mundos porque "el pensamiento post-revolucionario no consigue recordar el espíritu revolucionario." Pareciera como si, en últimas, imperara en los protagonistas de los procesos de cambios "...el temor, incluso entre los más radicales y los menos convencionales entre ellos, de cosas nunca vistas, de pensamientos nunca concebidos, o de instituciones que nunca se habían probado." Es como si fuera inevitable la declaración de René Char con la que Arendt inicia su evaluación histórica: "Nuestra herencia no viene precedida de ningún testamento."


Pero el temor, ni los pudores, ni las prudencias logran cercenarle al pasado su vocación de porvenir. Se espera, se aspira, su proyecta porque se vivió, porque se conoce ya el sabor seductor de la vida

dimanche 6 avril 2014

#elreinodeloscielosseparecea 1:1-8

1. Les refirió entonces una parábola diciendo:

2. "El reino de los cielos es como un peregrino que, habiendo tomado fuego en su regazo y quemado su camisa, y habiendo abierto las compuertas de sus depósitos vio cómo se regaban sus aguas por las calles y las plazas, emprendió el camino de regreso.

3. (Algún cronista que, siglos más tarde, ponga esta parábola por escrito, querrá añadir que el peregrino regresó  a lo suyo. Mas yo os digo que lo suyo no existía. El peregrino había ya dilapidado su capital. El cronista, pues, insistirá esta vez aclarando en notas al margen que, en realidad, regresó a los suyos, así, en plural. Pero de cierto, de cierto os digo que los suyos no le recibieron).

4. Levantóse el peregrino y se dijo: "Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí..." Mas, he aquí, que el peregrino no tenía padre ni casa que pudiera rotular "hogar,"  pero al divisar una comarca que le era familiar hacia allá se dirigió. Sentado a la vera del camino quienes pasaban le susurruban diciendo: "¿Y acaso no dijiste tiempo atrás que te ibas a ir? ¿Cómo es que aún permaneces sentado aquí?"

5. Pues en verdad os digo que el reino de los cielos es como el peregrino que regresa y creyéndose moneda perdida, no hay escoba que quiera barrerla, pues no la está buscando; viéndose oveja errante, no hay pastor que la eche de menos; asumiéndose perla de gran precio, no hay comerciante que repare en ella el día del mercado al cual llegan todos después de haber vendido sus bienes para buscar el bien mayor.

6. Alzando sus ojos, he aquí que a la distancia el peregrino vio una multitud con vestiduras blancas entre los cuales creyó a ver a los suyos. Entendió que mejor le iría indagando por la vida eterna, ya que pan y bienvenida no irían a llegar. El peregrino oyó que se le dijo: "Ni siquiera tienes nada para vender y dar a los pobres. ¿No serás tú, acaso, uno de ellos?" y de la multitud redimida sólo recuerda sus espaldas y su ensordecedor silencio.

7. En la vieja calle donde el eco le cuenta de intimidades que algunas vez fueron suyas, el peregrino oye al poeta exclamar: "Acaso ni Dios mismo nos pueda comprender."

8. Atención, pues, todos al graffiti que el peregrino escribió en la cruz que encontró en lo alto de un cerro: "el reino de los cielos es este grito visceral : "¡Eli! ¡Eli! ¿Lama sabactani?"