"As for all I can tell, the only difference is that what many see we call a real thing, and what only one sees we call a dream."
(C. S. Lewis, Till We Have Faces)
Cuenta la leyenda que Dios vino a San Agustín en respuesta a sus fervientes oraciones. Agustín estaba empeñado en establecer su nombre entre los grandes pensadores de su tiempo. Quería ser fiel a su vocación de pastor y, a la vez, trascender las fronteras de su parroquia con su trabajo teológico.
"Haré de ti el más importante pensador en la historia de la humanidad -le dijo Dios-. Tu obra será tan vasta y de tal magnitud que toda una civilización, la occidental, se construirá a partir de tus descubrimientos."
San Agustín, conmovido, se postró, rostro en tierra, en una mezcla de adoración y orgullo.
"Hay una condición -le advirtió el Altísimo-. Nunca verás mi rostro."
La leyenda asegura que a Agustín lo envolvió una desazón indescriptible. El precio a pagar era muy alto. El de Dios era el rostro de quien más amaba. Renunció, entonces, a sus propósitos altivos.
La esperanza de ver el rostro de quien se ama se convierte en razón suficiente para seguir con vida. Sin embargo, es una esperanza que tiene su costo.
Se supone que si miras el rostro amado, tal rostro te estará mirando a su vez.
Rara vez el rostro de quien amas es el rostro de quien te ama. Si bien es posible que seas amado por el portador o la portadora de tal rostro, lo más probable es que de allá hacia ti provengan amores más dudosos, menos concretos, más corteses, más castos, más formales y menos convencidos de los que fluyen de ti hacia allá.
El buen viejo libro asegura que nadie puede ver a Dios y sobrevivir para contar la historia. Ante el fulgor de su mirada la vida tal como la conocemos se derrite en huecos negros de los que Stephen Hawkins todavía no se ha enterado. Mejor te va si no ves su rostro, por mucho que lo ames.
No ves el rostro de quien amas y la noche se hace más fría. Lo ves y entonces la noche se torna más oscura. El rostro amado es un rostro oculto; no porque huya de ti. Sencillamente, su radar no te registra.
El rostro amado es analfabeta. No quiere leer en el tuyo la historia que le escribiste.
No ves el rostro de quien amas y la noche se hace más fría. Lo ves y entonces la noche se torna más oscura. El rostro amado es un rostro oculto; no porque huya de ti. Sencillamente, su radar no te registra.
El rostro amado es analfabeta. No quiere leer en el tuyo la historia que le escribiste.
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