lundi 24 novembre 2014

Intermediaciones



“Every
heart to love will come, but as a refugee”

La última vez que lo vi, lloró. Solo su esposa lo conocía mejor que yo. Ella decía que nunca lloraba, excepto cuando su equipo ganó un título importante. Fue una alegría que vivió en vivo y en directo
solamente una vez.

El llanto por su equipo no cuenta porque él ni siquiera estaba en el estadio. Siguió la transmisión por radio. Ahí, en la intimidad de su alcoba, sin que su esposa lo viera, lloró. La última vez que lo vi, como les cuento, leyó una carta de despedida y en ella una frase que me dio trabajo encontrar en su contexto. La leyó en su impecable inglés que no ocultaba su acento extranjero. No entendí en ese momento lo que quiso decir.Años después supe que esa noche se estaba arrancando el alma.

Lo volví a ver hace poco. La proverbial reunión de viejos amigos. El espacio para mentirnos diciéndonos que “aquí estamos, con la espada en nuestra mano todavía, con algunos años más y alguna herida.” Lo vi justo cuando entre él y lo que más le importa en la vida mediaba una mano extendida. Él no la aceptó. Lo vi quebrar la intermediación fría, cortés, amablemente inhumana del apretón de manos e imprudentemente abrazar a quien él quiere ofrecérsele como “la hamaca en la cual reposar su peso” (él lee a Gioconda Belli, me confesó el otro día. Su refinamiento no lo exonera del kitsch).






“Every heart to love will come, but as a refugee,” lo había oído decir tiempo atrás, la noche de las lágrimas impúdicas, las que nadie entendió, ni yo que fui tan cercano a él; sobre las que nadie le preguntó, ni yo en cuya sabiduría me refugié tantas veces.

Quizá por eso lo vi abrazar. Los refugiados saben de intermediaciones: las más cordiales suelen ser las más crueles. Supongo que por eso la intermediación mayor, la que realmente importa al menos a mí, y confío en que a él también, tiene poco de formalidad cortés y mucho de estropicio humano. Jesucristo hombre, trátese del Dios humanado o del Jesús histórico que desvela a teólogos y demás sabios, se pone en la mitad: entre un Dios cuya grandeza a veces lo aleja demasiado, y un ser humano cuya angustia casi siempre lo enceguece; dos brazos que se extienden buscando un apretón formal de manos o un simple toque, a lo Miguel Ängel. La intermediación es el abrazo atrevido, no el brazo extendido con la amenaza de un cordial apretón de manos; es el “heart to love.” Poco importa que hieda a refugiado.

Shouldering your loneliness
Like a gun that you will not learn to aim

mardi 18 novembre 2014

Ver el rostro amado

"As for all I can tell, the only difference is that what many see we call a real thing, and what only one sees we call a dream."
(C. S. Lewis, Till We Have Faces)






Cuenta la leyenda que Dios vino a San Agustín en respuesta a sus fervientes oraciones. Agustín estaba empeñado en establecer su nombre entre los grandes pensadores de su tiempo. Quería ser fiel a su vocación de pastor y, a la vez, trascender las fronteras de su parroquia con su trabajo teológico.

"Haré de ti el más importante pensador en la historia de la humanidad -le dijo Dios-. Tu obra será tan vasta y de tal magnitud que toda una civilización, la occidental, se construirá a partir de tus descubrimientos."

San Agustín, conmovido, se postró, rostro en tierra, en una mezcla de adoración y orgullo.

"Hay una condición -le advirtió el Altísimo-. Nunca verás mi rostro."

La leyenda asegura que a Agustín lo envolvió una desazón indescriptible. El precio a pagar era muy alto. El de Dios  era el rostro de quien más amaba. Renunció, entonces, a sus propósitos altivos.

La esperanza de ver el rostro de quien se ama se convierte en razón suficiente para seguir con vida. Sin embargo, es una esperanza que tiene su costo.

Se supone que si miras el rostro amado, tal rostro te estará mirando a su vez.

Rara vez el rostro de quien amas es el rostro de quien te ama. Si bien es posible que seas amado por el portador o la portadora de tal rostro, lo más probable es que de allá hacia ti provengan amores más dudosos, menos concretos, más corteses, más castos, más formales y menos convencidos de los que fluyen de ti hacia allá.

El buen viejo libro asegura que nadie puede ver a Dios y sobrevivir para contar la historia. Ante el fulgor de su mirada la vida tal como la conocemos se derrite en huecos negros de los que Stephen Hawkins  todavía no se ha enterado. Mejor te va si no ves su rostro, por mucho que lo ames.

No ves el rostro de quien amas y la noche se hace más fría. Lo ves y entonces la noche se torna más oscura. El rostro amado es un rostro oculto; no porque huya de ti. Sencillamente, su radar no te registra.


El rostro amado es analfabeta. No quiere leer en el tuyo la historia que le escribiste.