Osman tiene 22 años. Está en su segundo año de Ingeniería Civil en la Universidad Tecnológica de Estanbul. Un día él la vio (más tarde sabremos que ella se llama Janan). Leía con intensidad un libro. Dice la sabiduría profunda que circula en Facebook que un libro en las manos de otra persona es un individuo que está siendo altamente recomendado. Osman, cuya vida universitaria transcurre un par de décadas antes del Facebook, no está muy seguro qué le atrae más. En síntesis, él terminó atrapado en un libro y en un amor.
La narración de Orhan Pamuk, The New Life, viene a cuento por un grupo de estudiantes que andan celebrando 45 años de existencia. Y siguen siendo juveniles. Unidad Cristiana Universitaria, un movimiento estudiantil que sigue representando mucho para mí (demasiado, debo admitir, sin dejar de aclarar que eso no es culpa de ellos), ahora en el 2014 alcanza su aniversario No. 45. La rumba propiamente dicha la van a lanzar ruidosamente en noviembre. UCU hizo en mi vida las veces de Janan en la historia de Osman.Vi a UCU con un libro en la mano y ahï quedé yo: atrapado en un libro. Y en un amor.
Tanto libro como amor son tremedales terribles. Mortales como yo no nos podemos concebir sin el primero, y por mucha fiereza que mostremos tampoco se nos exonera del segundo. Dícese del primer entrevero, el del libro, que bien podría significar la muerte de un ser vivo, esto es, la lengua. Ferdinand de Seaussure considera que la gramática le pone fin al libre fluir de la lengua como organismo vivo. Sin embargo, sin el cortejo fúnebre de la sintaxis, la lengua tampoco tiene un futuro asegurado. El vigor de la oralidad depende de la permanencia de los hablantes. Como van las cosas, con el inglés que patrulla nuestros desempeños lingüísticos hasta el punto que los hispanohablantes de generaciones recientes ya se avergüenzan de crear la realidad en su idioma nativo, ni siquiera el español, con su aparatosa gramática a cuestas, tiene un futuro muy promisorio.
Ahí entra el libro. Preserva la lengua. Preserva las ideas. Si me atrapa, me ilumina, y de no alimentar mi rebeldía el mismo libro, mi liberador, me puede encadenar. Paradoja angustiante. Lo es mucho más si les cuento que el libro que vi en las manos de esta muchacha, UCU, cuando yo era estudiante de pregrado, es uno sobre el cual no se ha pronunciado un veredicto final. Es un libro que se desprecia, se critica, y cuando se le alaba se le hace quedar mal.
Yo ya conocía ese libro. En él aprendí a leer. Desde la infancia se volvió segunda piel. O primera. Pero resulta que su presencia en una universidad no es bien recibida. UCU me atrajo por lo atrevida. Era una de dos muchachas en mi universidad que a sus encantos de universitarias le añadían el escándalo de abrir ese libro ahí, delante de todos, sin pedir permiso, sin disculparse.
Les iba a hablar del libro y estoy engolosinándome con la muchacha. ¡Y mencioné a dos! La otra cambia mucho de nombre. Le gusta identificarse mediante siglas. Su tono es agresivo. Siempre quiere tener la razón. No hubo química entre nosotros, así haya habido historia entre ella y muchos más diferentes a mí. UCU también alzaba la voz, pero abría sus oídos con mayor franqueza y frecuencia que su boca y, al menos en esos tiempos, le encantaba enzarzarse en debates, y diálogos, y preguntas. Creo que todavía lo hace. Me atrajo. Cual Janan en la vida de Osman, UCU logró que mis ojos se fijaran en su libro.
Les dije, no? que del libro aquél no se ha pronunciado un veredicto definitivo. La otra muchacha, la de las siglas, decía que sí. Sin embargo se tapaba los oídos asegurando una contradicción: que había muchas evidencias que exigían un veredicto. Me quedé sin saber si al fin y al cabo en torno al libro no había un veredicto o si ya se había pronunciado uno. UCU también aseguraba, y asegura, que hay un veredicto final en torno al libro. Sin que ni ella ni Pamuk sepan de la coincidencia, los dos y la muchacha de las siglas aseguran que se trata del libro de la vida nueva.
Pero atrapa. Osman pasó por tal crisis que se embarcó en una serie extenuante de travesías por las carreteras de Turquía. El libro de la vida nueva lo empujaba a buscar el sentido de su vida allí donde su país natal le ofreciera algún resquicio de luz, pues el llamado que el libro le hacía, la luminosidad que venía de sus páginas, lo ahogaba aún más en el vórtice de un amor imposible. Janan era tan distante como el misterio de una vocación que creía percibir en ese libro extraño que lo envolvió porque estaba en las manos de la muchacha que lo cautivó.
El libro que ya conocía pero que UCU me llevó a amar mucho más, también encierra la amenaza de una cadena. No por culpa del libro sino de sus administradores. De no agarrar uno su mochila y echar a andar por los andurriales de la meditación profunda, la crítica esclarecedora, la pregunta fecunda, la comunión celebrante, la oración liberadora, la voracidad de aprendiz insaciable, las grafías y estructuras gramaticales de la Biblia desembocan en el Mar Muerto que temió de Seassure.
Y UCU, como todo gran amor que se precie de serlo, cumplió esa labor de amante liberadora conmigo. Me soltó. Me dejó ir, luego de haberme robustecido "unos tres kilos, con sus tantos dulces besos repartidos". Cual Janan, no se dejó alcanzar. Aún la veo. En brazos de otros, así como Osman tuvo que aceptar que su Janan se casara con un médico. Luce espléndida. Un tanto extraña, pues las trochas que anduve porque ella abrió su mano y me dejó ir (dicen que eso es el amor: una mano abierta que no aprisiona) me llevaron, y me siguen llevando a parajes de exploración con el libro que me atrapa, parajes tan exóticos a los que quizá mi UCU ya no querrá acompañarme.
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