"Que digan pues la historia
- su historia -
los hombres del Playa Girón"
(De una canción de Silvio Rodríguez)
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Ana Teresa Bernal recuerda a Amauri. Fue él quien echó mano de la metáfora del espejo roto para describir su concepción de la verdad. Amauri es una víctima de la violencia paraestatal que destruyó su vida y su paisaje en su rincón del Caribe colombiano (http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/la-verdad-es-un-espejo-roto/14395641).
La violencia en sus múltiples formas es una ruptura: de un vínculo, de una alianza, de un pacto, de una nariz, de unos labios. Es la fractura que absorbe el poder y lo concentra en un punto, en un polo, en un vértice: aquél que ocupa el poderoso. Que por lo general es masculino. Que suele ser unidimensional (una persona, una clase, una casta, una raza, un credo, un bautismo, un señor, una etnia, un estrato social, una sola vía de salvación...).
Que lleva a pensar en el lazo indisoluble entre violencia y poder.
Poder, por lo general para imponerla; prolongarla; justificarla. Poder que engendra la verdad. Verdad que galopa en los briosos corceles de la publicidad. "La lengua que pasea la tierra," se aterra el poeta en el buen viejo libro (Salmo 73). "Las aguas en abundancia para el pueblo" que de esa manera se presta a beber esa propaganda, aceptar esa verdad, legitimar ese poder, justificar esa violencia. Y reproducirla.
Llegamos, entonces, al espejo.
Está roto. Ana Teresa recuerda que Amauri redondeó su metáfora diciendo: "...y para recomponerlo necesitamos muchas manos."
No pueden ser las manos del poderoso. Ellas sólo saben romper espejos. Y pactos. Y personas. Y comunidades. Y celebraciones. Y libertades. Están ya ocupadas empuñando fusiles. O cerradas asestando puñetazos. O atareadas lanzando trinos que condenan cualquier intento de paz:
(En realidad la persona a quien la dama está saludando no es miembro de las FARC sino del equipo negociador del gobierno colombiano) |
Sólo la víctima tiene el poder para desencadenar la reconciliación que recompone espejos rotos. Que sea la víctima la que cuente la historia, su historia porque la del victimario es dogma caduco, ortodoxia que rompe espejos.
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