jeudi 24 mars 2011

Misoginia, moralismo y la mujer del pozo

Misoginia, moralismo y la mujer del pozo

David Lose (Center for Biblical Preaching, Luther Seminary)
Trad. por Alvin Góngora (Original "Misogyni, Moralism and the Woman at the Well: ver página adicional)

(Publicado orginalmente en Marzo 21, 2011)

Ella no es una prostituta. No tiene a cuestas un pasado sombrío. Sin embargo, cuando millones de cristianos se apresten a escuchar su historia el domingo entrante en sus iglesias, lo más probable es que se encuentren con que sus predicadores la van a describir precisamente en esos términos.

El capítulo 4 del Evangelio según San Juan narra su historia. Ella es una mujer samaritana con quien Jesús se topa en un pozo. Los judíos y los samaritanos no se llevan bien, y los hombres y las mujeres en esa cultura conservan, por lo general, una prudente distancia social entre ellos. Por lo tanto, es una sorpresa doble la que ella se lleva cuando Jesús le pide agua. Ante la réplica de la mujer, él le ofrece agua viva. Confundida, pero intrigada, la mujer le pide esa agua milagrosa. Al final, Jesús la invita a que llame a su marido, y cuando ella responde que no tiene marido, él se muestra de acuerdo: “Cinco maridos has tenido, y ninguno de ellos es tu esposo” (4:18).

He ahí el problema. Esa es la frasecita que la marcó como prostituta. John Piper, un predicador conservador, le da el tratamiento que se ha convertido en la norma. En uno de sus sermones sobre este pasaje bíblico, Piper la describe como una “ramera de Samaria que es mundana, de mentalidad sensual y carente de espiritualidad” (God Seeks People to Worship Him in Spirit and Truth John 4:16-26 http://www.soundofgrace.com/piper84/040884m.htm). Este calificativo vuelve a aparecer en otro aparte del mismo sermón.

Sin embargo, no hay nada en el texto bíblico que conduzca a esa interpretación. Ni Juan en su calidad de narrador, ni Jesús como el personaje central de la historia proveen esa información. En ningún momento Jesús extiende invitación alguna al arrepentimiento ni tampoco menciona el pecado en absoluto. Quizá ella había enviudado o pudo haber sido abandonada o haberse divorciado (lo cual, en el mundo antiguo, equivalía a una viudez para una mujer). Una tragedia repetida cinco veces hubiera sido devastadora, pero no imposible. Es posible, además, que en ese momento de la historia ella pudiese estar viviendo con alguien de quien ella dependía, o participando en lo que se conoce como matrimonio de levirato (uno en el que una viuda sin hijos era tomada en matrimonio por su cuñado con el fin de levantar descendencia para el difunto, pero que sin embargo no significaba en rigor técnico que ella era la viuda del hermano). En efecto, son muchas las maneras para imaginar la historia de esta mujer como un relato trágico pero no escandaloso. Con todo, abundan los predicadores que asumen esta última lectura.

La dificultad con esa interpretación consiste en que se tropieza con el resto de la narración. Precisamente tras oír de Jesús la interpretación de su pasado, ella le dice: “Me parece que tú eres profeta,” y le pregunta dónde se debe adorar. Si usted se ha venido imaginando lo peor de ella, no puede encontrarse una salida más torpe para cambiar de tema. Pero si usted asume otro escenario las cosas lucen diferente. “Parecer” en el relato de Juan, y este es un detalle significativo, conlleva una enorme importancia. Se trata de una facultad que se relaciona directamente con creer. Al decir que ve en Jesús a un profeta, la mujer está pronunciando una confesión de fe.

¿Por qué? Porque Jesús la ha “visto.” El ha visto su drama, uno de dependencia, no de inmoralidad. El la ha reconocido, ha hablado con ella, le ha ofrecido algo de valor incomparable. El la ha visto; ella existe para él, ella tiene valor, tiene significado y todo ese tratamiento es un tesoro al que ella no está acostumbrada. Así, pues, cuando él habla de su pasado, deliberada y solidariamente, ella se da cuenta que está en la presencia de un profeta. Sólo por esta razón ella se atreve a plantear la cuestión que por siglos y siglos ha dividido a los judíos y a los samaritanos. No se trata de un escarceo académico artificial. Por el contrario, la de la samaritana es una pregunta que penetra hasta la médula de la separación existente entre ella y Jesús. Cuando él la sorprende con una respuesta que es, a la vez, más esperanzadora y aguda de lo que ella esperaba, la samaritana abandona su cántaro y corre a contarles a sus vecinos acerca de este hombre.

Todo indica que, al menos, hay espacio para una interpretación diferente a la rutinaria. ¿Por qué, entonces, son tantos los predicadores que se hacen una imagen tan negativa de ella? Me permito proponer dos razones. La primera se relaciona con una larga historia de misoginia en la teología cristiana que se opone diametralmente al papel que las mujeres juegan en los evangelios. Los cuatros evangelistas aseguran que las mujeres respaldaron el ministerio de Jesús. Ellas se hicieron presentes en su tumba cuando sus compañeros masculinos habían ya emprendido la huida. Fueron ellas las primeras testigas de su resurrección. Sin embargo, de señalar a Eva como la que sucumbió a la tentación (y de paso ignorando que el autor del Génesis dice que Adán estaba allí junto a ella –Gén. 3:6) a asumir que la samaritana tenía que ser prostituta, hay un desagradable tinte de chauvinismo que permea un buen porcentaje de la predicación cristiana, y quizá con mayor persistencia en aquellas tradiciones que rehusan reconocer la autoridad en la mujer para predicar y enseñar con la misma legitimidad que les cabe a los varones.

(Yo reconozco que esa predilección no es monopolio de los crisitnaos. ¿Recuerdan a El código de Da Vinci de Dan Brown? Con todo y la celebración de la “divinidad femenina,” llama la atención que Brown sólo incluye a dos personajes femeninos en su extensa novela: la que captura los intereses amatorios de su alter ego y una monja entrada en años que sobrevive dos páginas. ¡Al parecer los humanistas seculares también pueden ser chauvinistas!)

Una segunda razón por la cual los predicadores le asignan a esta mujer un papel de ramera consiste en que tal postura se acomoda a la idea según la cual la fe cristiana, y la religión en general, es una preocupación mayormente moralista. De acuerdo a esta perspectiva, la Biblia se aborda como si fuera una serie de historietas con aplicaciones inmediatas en términos de pecado y perdón, depravación moral y arrepentimiento de tal manera que cada relato se tenga que ajustar a ese patrón. Sin embargo, esta no es una historia de inmoralidad. Es una historia de identidad. En la escena anterior, una figura masculina de autoridad en el mundo judío se acerca a Jesús puesto que no alcanzaba a comprender quién o qué era este Jesús. Sin embargo, en la escena del pozo, Jesús se encuentra con el polo opuesto, y quizá sin duda por tratarse de una mujer en el otro extremo del espectro ella no solamente reconoció quién era Jesús sino también lo que él tenía para ofrecer: dignidad. Jesús la invita no a que se defina por sus circunstancias, y le ofrece una identidad que la saca de su tragedia. Y ella acepta. Al hacerlo, la samaritana juega un papel singular en el ministerio de Jesús ya que ella viene siendo el primer personaje en el evangelio de Juan que sale a contarles a otros acerca de Jesús.

Si los predicadores pusieran a un lado la misoginia y el moralismo que caracteriza a una buena porción de la teología cristiana, tendrían la oportunidad de relatar la historia de esta mujer en los términos en que fue concebida: una historia del poder transformador del amor y de la capacidad para recibir y asumir una nueva identidad. De esta manera, los predicadores ya no hablarían tanto de esta mujer sino que nos abordarían a nosotros y nos interpelarían a nosotros. Tal es el sermón que, yo al menos, quisiera escuchar.

(Nota del autor: Gracias a Karoline Lewis por una conversación útil sobre este pasaje que precipitó esta reflexión)

1 commentaire:

Germán Góngora a dit…

http://www.AcademiaDeMaestrias.com Sucede especialmente con temas religiosos/espirituales. Alguien con elocuencia verbal e intelectual hace una interpretación mental que con convicción es recibida por el público, aceptada como verdad absoluta y transmitida de generación en generación hasta convertirse en tradición: Aquella que concede el privilegio de salvarse y condenarse. esto tambien sucede en TODAS las demás áreas de la vida. Los humanos estamos expuestos a vivir las creencias de otros... a menos, que tomemos un comprosimo serio, acallemos la mente y vivamos como humanos una experiencia directa con Dios, sin predicadores, sin intermediarios.