Camille: un eclipse que ilumina
Hasta hace muy poco a Camille Claudel la conocían solamente los críticos de arte, las personas que dedican su vida a la investigación y se lo pasan en museos, bibliotecas y archivos especializados y alguna que otra estudiante en las facultades de artes. Para familiarizarnos con ella tenemos que acudir a una de las luces que se proyectaron sobre ella. Y la ensombreció. La opacó.
Por ejemplo, la luz de esta escultura conocida:
Se trata de El beso, de Augusto Rodin. De la popularidad de Rodin no hay duda. Sus esculturas las ve uno empotradas en las plazas de ciudades importantes y en las salas de las casas de barrios de clase media baja. Rodin es una fuente de luz de gran importancia en el mundo del arte. Luz y todo, pero una sombra sobre Camille Claudel.
Detrás de su obra, en la trastienda de esculturas como la de El beso, se esconde, a su sombra, el trabajo arduo, el talento y la entrega apasionada de Camille. Las esculturas de Camille, dicen los estudiosos, son “una porción de una espiritualidad escondida en lo profundo de la piedra” (Haleigh Burgon, U. Brigham Young, Estados Unidos).
Camille era una joven escultora que aún no conseguía ser tomada en cuenta cuando, a sus 18 años, conoció a Augusto Rodin, quien ya frisaba los 40 y era un escultor de renombre. A los biógrafos de Rodin no les gusta hablar de la relación tórrida y pasional que se estableció entre él y su joven aprendiz. No tanto por algún pudor que los lleve a evitar el morbo, sino porque Camille no era ninguna aprendiz.
Camille no se las tuvo que ver tan solo con el eclipse al que la sometió la sombra de Rodin. Su hermano menor, Paul, se encargó de verter sobre ella la sombra que faltaba para que la singularidad de Camille pasara desapercibida. Paul Claudel fue un poeta de renombre. La Anunciación a María es probablemente su obra más conocida en América Latina. Además de haber sido una figura descollante en la literatura, Paul Claudel fue un diplomático que estuvo a cargo de las negociaciones más complicadas de su país con potencias como Estados Unidos, el Reino Unido, China y otros más de peso en el concierto internacional.
Entre Rodin y su hermano Paul, Camille muy pronto cayó en el olvido. Pasó a habitar el mundo de las sombras. Pero no de las sombras que rompen el mármol a través de su obra, sino las del eclipse de la preponderancia masculina a su alrededor. Los últimos 30 años de su vida los pasó en un asilo para enfermos mentales, en donde murió a la edad de 78 años, en 1943, cuando Francia como país estaba también sumida bajo las sombras de la ocupación nazi. Eran los años sombríos de la II Guerra Mundial. Su familia consideró que ella padecía de una enfermedad mental y se decidió internarla. El eclipse la invisibilizó. ¿Para siempre?
Camille nunca ocultó su devoción por Rodin. En una escultura autobiográfica en la que trabajó varios años, ella lo confiesa sin tapujos. Se trata de La implorante, o La que implora. Es un trabajo que corresponde a la época en la que Rodin dio por terminada su asociación con Camille, decidió seguir unido a su esposa, pero a la vez, optó por una nueva amante.
No es posible sustraerse al desgarro visceral que esta escultura nos comparte en su grito. Con los críticos de arte queda uno preguntándose si acaso no fueron estos destellos de luz los que llevaron a la familia de Camille a considerarla inestable psicológicamente, y condenarla a la noche del asilo.
Camille Claudel permaneció a lo largo del siglo XX reservada para los estudiosos. El gran público la desconoció. Los nombres de Rodin y de Paul Claudel llenaban el imaginario colectivo y despertaban la devoción de su país natal, mientras ella languidecía en un asilo. Hubo que esperar hasta 1982 cuando la escritora Anne Delbeé publicó Una mujer: Camille Claudel, para que el público en general empezara a redescubrir a una escultora cuya genialidad la ponía incluso por encima del gran artista que tanto reverenciaban. Luego vino la película Camille (1988) basada en esa obra que, antes que biografía, es una novela. Camille Claudel, a casi 75 años de su muerte, está ahora siendo revindicada gracias a la lucha incansable de mujeres que, en este caso, desde la academia y el trabajo artístico, no admiten el eclipse de la dominación patriarcal.
La pasión de Camille Claudel. Isabelle Adjani y Gérard Depardieu (avance)
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