El hambre regresó. Ya antes me había asediado, y para entonces mis preocupaciones centrales eran: (a) una chica que no me prestaba atención, (b) una chica que me prestaba demasiada atención, (c) entender a Julia Kristeva, (d) luchar con las ideas de Tzvetan Todorov, (e) extasiarme con Roland Barthes, (f) discutir a Manuel Puig, (g) actualizar mis credenciales en la socialbacanería lo que me exigía mantenerme al día con lo más reciente de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Georges Moustaki, (h) una chica que no me prestaba atención...
Y así.
El hambre se las ingenia para hacerse sentir. No hay agenda lo suficientemente noble, seria, atiborrada, que no se rinda ante su acoso. En mis fragilidades de estudiante de pregrado me mostró la vulnerabilidad del material del cual estoy hecho.
Que no es muy noble. El buen viejo libro dice que no somos más que polvo. No solamente se trata del polvo primigenio que nos hace hermanos con las estrellas, sino que también es el polvo aquél, el esparcido por una pareja en un algún momento febril, en lo secreto de los muchos silencios que constituyen el ámbito que las parejas suelen crear sin el cual ya no pueden vivir y por el cual dejan la piel en el alambrado al defenderlo.
El hambre, pues, regresó. Esta vez se coló en el ejército invasor que organizó un zancudo portador del ya afamado virus del chikunguya. Luego de que las fuerzas del Gral. Zancudo cumplieran con su función de agotar mis reservas hídricas, triturar mis coyunturas, meterle candela a mi organismo para que el termómetro anduviera por alturas andinas y me cocinara a fuego lento en una fiebre hasta entonces no experimentada, quedé exhausto en cama sin poderme mover. Era la oportunidad para que el hambre se sentara en el borde a mirarme y velar mi lento deterioro. Durante ocho dias no pude pararme a comer.
El hambre, tan cercana. ¿Se fijaron en la disrupción gramatical? Si el hambre es un sustantivo masculino el adjetivo debería estar en masculino. Sin embargo, así no hablamos. Cuando sentimos el hambre la sentimos en femenino. Al hambre la sufrimos. ¿Cuestión de diversidad de género? ¿Manifestación de sus alcances universales? ¿O será que el hambre reclama ser natural, originada en algún mandato divino que supera las convenciones de género que nos inventamos para aglutinar una porción de la humanidad allá, y la otra más acá?
¿No será también que el hambre nos hermana? Yo he visto sus víctimas, aquellas que reptan por lo eslabones más bajos de la cadena alimenticia, poner la mesa, abrir la despensa, la una tan magra como la otra, y recibir con un abrazo a quien sufre tanta hambre como él, como ella.
Me niego a reconocerle carta de ciudadanía. Rechazo su pretensión de ser un fenómeno natural, un dictum de la voluntad divina. Escribo esto un 27 de enero, una fecha que conmemora dos eventos y espacios marcados por el hambre: (a) la liberación de Auschwitz y (b) el final del sitio a Leningrado. Se calcula que de las 2.5 millones de víctimas, un millón de ellas muerieron de hambre mientras resistían el sitio impuesto por los nazis.
A propósito de los nazis. El hambre también sienta sus reales allá arriba, en lo más alto de la cadena alimenticia. Mientras los de abajo comparten sus recursos escasos, los de arriba se lanzan con furia a sus respectivas yugulares y forcejean por los abundantes graneros del mundo entero.
Para un informe actulizado de las corporaciones que controlan la industria alimenticia, ver http://247wallst.com/special-report/2014/08/15/companies-that-control-the-worlds-food/ |
Y echan a rodar el hambre cadena abajo.
El hambre me visitó. Mi hermano la avergonzó. Supongo que ella me tiene en alta estima y que se imagina que yo deambulo por los pasillos de los eslabones más refinados en lo más encumbrado de la ya mentada cadena. Se equivocó. El mío es un mundo de solidaridad. En el mío, el hambre se muere de hambre.