mercredi 13 novembre 2013

De mi madre: la carta del recuerdo

Esto es lo que mi madre nos hubiese dicho si hubiese llegado a celebrar su centenario. Esta carta es de Septiembre 4 del 2009. Ella murio 15 años antes de cumplir los 100.

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Dicen por ahí que uno se demora dos años en la vida aprendiendo a hablar, y sesenta aprendiendo a callar. Hoy que celebro un siglo de existencia debo admitir que todos estos últimos años de silencio, años en los que he aprendido a callar, han venido preñados de tal sentido de maravilla que el silencio es la única respuesta adecuada. Puesto que he observado este siglo en silencio puedo ahora mostrarles una ruta hacia el recuerdo que pueden tener de mí cuando yo ya no esté aquí para compartir con ustedes el café de las mañanas.
 
Por temperamento he sido callada. Si a eso le añadimos el tiempo en el que me correspondió crecer y echar a rodar toda una familia loma arriba por la cuesta de la historia, podría decir que, por el contrario, me correspondía hablar. Viví el siglo en el que la población femenina en Colombia aprendió a ser mujer. Soy de la generación que expandió las fronteras del hogar y enriqueció su feminidad más allá de los confines de la vida doméstica. Si hoy me siento a compartir con ustedes mi legado es porque vengo de un universo en el que pudimos enriquecernos con las cargas propias de una ama de casa y los desafíos de quienes descubrimos que junto a los hombres podíamos aportar la ternura que le estaba faltando al mundo.
 
Quiero, entonces, que me recuerden como mujer. Aunque esta frase les parezca demasiado obvia, no lo es. Uno nace varona, hembra, pero en la vida se aprende a ser mujer. Eso he sido y hoy me llena de una satisfacción monumental parecida al orgullo poder decir que, centenaria y todo, soy mujer. Ya lo decía un varón de mi generación, un escritor que ya murió y fue muy famoso, Gabriel García Márquez, que la diferencia entre el hombre y la mujer es que mientras el varón va por ahí conquistando el mundo y sacrificando el hogar, la mujer está dispuesta a sacrificar el mundo con tal de construir el hogar. Soy mujer porque mis manos tejieron la textura de una red intrincada de vidas, generaciones, familias jóvenes y ya no tan jóvenes que han podido enfrentarse a los embates destructivos de tantas ínfulas de conquistas que andan por ahí sueltas amenazando la vida. Mi presencia le da coherencia al mundo.
 
Tampoco crean que después de vieja me volví engreída. Ser mujer me lleva a lo segundo por lo cual quiero ser recordada. Quiero que sea la ternura la que envuelva cada una de las evocaciones que produzca mi recuerdo. Una mujer del sur del continente cantaba por allá en los años 70 del siglo pasado que las manos de la madre "parecen pájaros en el aire." Si bien son las manos que sostienen el mundo, también son ellas las que aportan el calor cuando el frío de la indolencia humana hiere los rostros más endurecidos. Estos cien años que hoy celebro constituyen un siglo en el que conocí en carne propia la violencia. Mis años jóvenes me vieron dar mis primeros pasos pariendo la vida en medio de intolerancias de todo orden, persecuciones, asesinatos e imposiciones de espíritus altaneros que siguen todavía intentando empañar el cielo de ternura que con tantas otras ancianas de mi generación nos hemos empeñado en nutrir. Me doy cuenta ahora, en medio de mi silencio senil, que la violencia autoritaria mayormente masculina estuvo ahí para servir de telón de fondo a la ternura femenina para que de esa manera las manos de las madres fuesen más visibles, revoloteando como pájaros mientras sanaban tantas heridas.
 
La ternura me empuja a confesarles lo tercero por lo cual quiero ser recordada. Quiero que mayormente mis nietos y mis bisnietos vean en mí una verdad que por ser ciertísima es mucho más vieja que yo. Esa verdad es la siguiente: la firmeza proviene de lo profundo del alma. Todos buscamos solidez en la vida, una raíz que nos permita disfrutar el presente, recuperar el pasado y soñar el futuro. Todos buscamos seguridad. Sin embargo, por la seguridad hemos hipotecado la dignidad humana. Mis cien años de vida me permitieron ser testiga de alocadas empresas colombianas que prometieron, buscaron, mostraron y defendieron el dinero fácil como fuente de seguridad. Una bonanza demencial dio paso a la siguiente, aún más diabólica, y pavimentaron la vía hacia la preeminencia del hombre fuerte, del salvador que con mano de hierro garantizaba la destrucción de los enemigos. Mi legado predica lo contario. No son esos los caminos que conducen a la vida plena. Mujer frágil que siempre fui, descubrí lo que ya un poeta tolimense había escrito mucho antes de que me robaran el primer beso: que soy como el bambú, que se estremece ante la brisa más suave pero a quien no derriba la más violenta tempestad. Sí, ese primer beso me estremeció hasta el punto de perder la cabeza y cuando me di cuenta ya eran nueve los hijos que vinieron como resultado. Pero este bambú frágil que soy no fue derribado por la violencia estatal de los años 50, ni por la pérdida de mis derechos civiles en la época de la hegemonía católico-conservadora, ni por la partida temprana de un hijo, ni la viudez, ni la vida nada fácil al lado de un hombre francamente voluble, ni por ser testiga presencial de los dolores de crecimiento de mis hijos cuyos nacimientos significaron unos partos que se prolongaron por décadas. Los hijos no terminan de nacer, y sólo la fortaleza que viene de adentro le da a uno las agallas para seguir pujando. No se qué idea ustedes se han hecho de Dios. En cuanto a mí, esta fortaleza por la cual quiero que me recuerden es una evidencia de que en mí habita una fuente de vida que va más allá de mi ser de mujer. Estos cien años que llevo a cuestas me dan los arrestos pare decir sin rodeos que llevo en mí la historia viviente de que Dios venció la muerte. Por lo tanto, la seguridad que tanto anhelamos proviene de la sabiduría para capturar la presencia divina que está al alcance de peatones como uno, como esta campesina que hoy les pide que levanten esa copa para que desencadenen una fiesta bulliciosa en mi recuerdo: como mujer, como mujer empecinada en dar ternura, como mujer que les aportó fortaleza.


1 commentaire:

Anonyme a dit…

Que valiosa mujer, gracias por compartir tu historia y la raíz de la que vienes.

Tu mamá si y la fuente de vida que descubrió.
El padre.