Confesión inconfesable:
Sí, señoras y señores, yo también escucho canciones sosas, las que hacen suspirar a las quinceañeras, las de los enamorados, con sus cantidades insoportables de sucarosa, superficialidades y alabanzas a los pétalos de rosa con los que se reviste el amor ingenuo,
Henos aquí. Bogotá y yo. Bañados en sol. La Oreja de Van Gogh invade mi cabeza con una de sus tantas melcochas, la que habla de un día sombrío preñado de luz.
Cuando a Bogotá se le da por abrir su ventana, el sol se deja venir con su escándalo de luz y toma control de pasillos interiores, dormitorios en penumbra, habitáculos secretos, subsuelos aciagos. Las sábanas se sacuden liberándose de sus secretos más compremetedores; las cobijas ya no pueden garantizar discreciones propias de estos altiplanos pacatos y poco sinceros.
No, el día no es sombrío.
Y, sin embargo...
...si no escucho tu voz, cómo desterraré mis tinieblas?
"...si escuchais hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones..." (Hebreos 3:15)
Y si no escucho tu voz fue porque endureciste el tuyo. La última vez que la escuché sonó distante.
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