La misma vieja calle. Ahí también "el eco dijo tuya es mi vida, tuyo es mi querer," pero yo no lo recuerdo. Debe ser porque ahora hay menos árboles.
Bajo un poco más antes que el calor se vuelva abrasador. Al frente de la casa ya no está el lote vacío que vio mis primeros y vanos intentos en vicios que hoy son virtudes. Una cuadra hacia el oriente y ahí está el colegio. El vecindario que fue residencial ahora alberga negocios de chatarra. La plaza de mercado es un muladar, quizá a la espera de algún urbanizador que lo convierta en otra clase de muladar. La panadería de don Juan Pinzón le dio paso a otro tipo de negocio. La casa de Mercedes es ahora un banco o un casino. Al frente estuvo el First National Bank.
Mercedes. "Those were generous times. A great generosity prevailed in those doomed decades," digo ahora con Leonard Cohen al recordarla mientras él rememora a Janis Joplin en el Chelsea Hotel.
Era inevitable caminar hasta la Plazoleta de Los Centauros. Ya se siente el calor. Céspedes, Vivas, Garcés, los Parrado, yo, Rodríguez, Herreño, íbamos a lucir nuestras melenas creyendo que el viento las mecía tal como lo hacía con las de los galanes franceses en las películas que veíamos en el Cine Maiporé (aún activo) y en el Yanuba (ahora difunto). Con razón ninguna chica se nos arrimaba (a Fidel Parrado sí; a él le iba bien en ese frente). Caribbean Rock es ahora un banco. Yip Yop La Llave, una taberna. Antros que fueron los culpables de que yo me creyera buen bailarín. La vida, en un gesto compasivo, hubo de llevarme a Cali años después para que yo entendiera que no hacía más que el ridículo.
El lote en el que una noche me sorprendió el largamente deseado abrazo de Margarita es ahora el cuartel de la policía. Margarita apareció de la nada en tiempos en los que la distancia entre su pueblo y el mío se medía en años luz.
(Plazoleta de Los Centauros) |
El camino recorrido suele extenderse en la memoria a lo largo de kilómetros que no cabrían en ningún mapa, pues el mundo era "ancho y ajeno." Sigue siéndolo, pero ya es estrecho. El presente comprime la realidad, embute el tiempo y el espacio en la congestión del tráfago de este segundo, este minuto, cual si no hubiera futuro. Se le olvida al presente que en su genocidio de lo pretérito no hace más que aplastar su vocación de porvenir.
Y en futuro se ha de convertir, pues el pasado es displiscente. Más huidizo que el presente, aunque tú no lo creas. Se abraza al olvido y trae la paz. Por eso puedo pasearte, Villavicencio. Te olvidé. Me olvidaste. Hay paz.
Pero eres el único remanso de paz. "Salvo mi corazón, todo está bien."
(Eduardo Carranza, "Soneto con una salvedad") |