Xavier vive de sueño en sueño. Su cotidianidad se teje de impulsos que lo empujan hoy a arrojar su mochila escolar por la ventana abierta al interior de un apartamento desconocido, mañana a colarse en un tren que lo lleva a una montaña de esquí sin preocuparle que no está preparado para tal aventura, más a tarde a extender su baile con una mujer desconocida hasta el punto de colarse en su habitación sólo para seguir durmiendo, posteriormente a enrolarse en un grupo subversivo de resistencia, todo eso para terminar abandonando abruptamente a la mujer que lo ama pues quiere eternizarse en una muerte gloriosa en el frente mismo de batalla. (De un relato de Milan Kundera en La vie est ailleurs)
Tal ha sido la vida de mi hermano: fluidez del sueño en su vida, fluidez de sus espacios físicos. Como si anduviese en una búsqueda. Como si su existencia no fuese más que errar por el desierto tras una tierra que quizás él sabe que existe, pero que con toda seguridad no le ha sido prometida. O le ha sido prometida pero él no sabe dónde está. Cada paso que da pretende cruzar un nuevo Jordán. Sólo al llegar al otro lado se da cuenta que no se trataba más que de una nueva decepción.
¡Te he hablado tanto de mi hermano! Yo me digo que es mi preocupación por él la que me lleva a ocupar mi tiempo contigo con su tema. A ti no te puedo mentir. Lo hago a diario, pero al final cada uno de mis intentos por encubrirte mis entrañas y evitar tu mirada en lo hondo de mis vísceras, desembocan en nuevas revelaciones de mis poquedades, naderías y demás parapetos sobre los que encaramo mi orgullo.
Hablarte de mi hermano es hablarte de mí.
Él también te busca. Él llega a ti por senderos diferentes a los que transito. Para él, tú eres severo, rígido, implacablemente justiciero. A mí también me asaltan esas imágenes. Por eso me escondo tras la afirmación que te hiciste uno de nosotros. Si eres uno de nosotros, ¿eres así de impotente?
Y si eres uno de nosotros, ¿eres acaso mi hermano? ¿Es su rostro transido por sus mil y una batallas interiores el tuyo? ¿Acaso la fealdad que la placidez de la risperidona dibuja en su frente es la belleza de la que testimonian tus aduladores? ¿Es su impotencia y la mía el cascarón de tu omnipotencia?
¿Estamos dispuestos a vérnoslas con las consecuencias de creer que eres más humano que las deudas?