(Lo que se me da en pensar por andar leyendo a gente como Sarah Coakley, Teresa Forcades, Luce Irigaray)
_____________________________________________________
Y cuando el espiritu venga convencera al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8)
El espíritu rescata para la verdad su relevancia: la rescata del plano epistemológico (aquél en el que la verborrea erudita aniquila la belleza de la vida más tenaz por considerarla poco apta para el mercado) y la hace yacer en prados ontológicos, que son los potreros en los que la vida se desgarra: la verdad para ser -entendiendo ser como el esse in que Teresa Forcades discierne en San Agustin; algo así como el ser-en-el-mundo, a-la Heidegger. Ser para vivir.
Ya en ese terreno la verdad juega como socio fundante de la aventura de constituirse en sujeto. Es la verdad que moldea el espacio intersubjetivo, la matriz de nuestros partos identitarios. Las convicciones que el espíritu opera en las infinitudes del breve espacio que construyes conmigo, yo contigo, nosotros con ellas, ellos con todos, todas con los demás, entre los que me cuento, hablan de persuasiones que el sujeto primero aborda consigo mismo. Se trata de convencimientos que surgen de adentro, no los que se imponen desde afuera.
El espíritu me da las agallas para la vida hasta el punto que olvido convencerte de lo que es persuasivo para mí. Lo que importa eres tú y ese ámbito entre los dos.
¿Tu verdad? No. La verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela
-Antonio Machado-